02-02-12 (00:06 hrs), en Algún lugar del Patio
Quizás lo que despierte los más burdos sentimientos en algún personaje que busca ser literato (decir “ser escritor” es casi tan común como “soy hablante”, perdonando el insulto a cualquier mudo que ose a leer estas páginas) es la de cualquier tipo de ser animal que interrumpa y, por ende, revuelva el entuerto de palabras y enjundias que se maceraban ad portas de ser concretizadas sobre cualquier tipo de elemento que haga de sinónimo para el eterno y bien parido papel. Y es que no hay sujeto que no sea imaginado en muertes crueles y golpes portentosos por haber osado a pronunciar dos o tres vocablos siquiera, más aún si estos carecen de importancia o trascendencia: “¿supiste que ese tipo de la farándula se peleó con su novia?”… por el amor del cielo.
Peor es el asunto cuando, enajenadas de sus bocas, casi sin pretensiones de real atención, vociferan un sordo juego de repeticiones mundanas, donde sus lenguas dibujan en el oído toda clase de objetos y poliedros inconducentes. Al final, cada árbol leñoso, considerado en sus mentes ofuscadas como la más fina y bien pensada palabra, era un regurgitar más exacto de sus errores hereditarios tipo Neardentalensis.
“Quizás un tango mal Parido vino a dejarse sentir en las bocas de mis amigos los canes, y toda la paz, la extenuada tranquilidad que se forja a regañadientes en cualquier ciudad que se digne de parir un numero indeterminado pero exponencial de personas cada día, parece de rodillas ante aquella distracción que sabe a dulce vino o sangre o a eso que da lo mismo”.
1.- Todo arte converge de manera misteriosa (porque misterio le llaman a ciertos paradigmas que no logramos comprender) en algún punto de su propia creación, se aúna con las palmas de su dueño y se reproduce en la de todos quienes respiran ese aire azaroso y perfecto, onírico, etérico: desde la rupestre germánica hasta el crío que en 20 años más destaque en la música, la pintura, el baile o quizás en que otra pavada que se vuelva innecesaria para la mecanizada evolución del insípido hombre futurista; quien trae a la vida el temblor de la carne y se olvida de las repeticiones para enmarcar una creación nueva, infinita y absoluta.
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