jueves, 23 de febrero de 2012

Vade retro...

Salto mis propias reglas establecidas, miro de reojo hacia las cortinas que apenas esconden la claridad de la tarde y, cual animal asustadizo, trato de proteger las pocas ideas que han nacido estos días de calor y agobiante monotonía. Son las 20:40 hrs.

Han ocurrido hechos importantes: Ciudades que se alzan ante la injusticia, grandes accidentes, frío y calor, amor y compromiso (si, el nuestro y el de un par de estrellas que acabaron anidándose en tus ojos), soledad… y sin embargo, prefiero hacer de este lugar un lapso breve de improvisación y templo de letras cosidas a regañadientes.

Aunque quiera palabras simples no las hay: quizás es el excesivo respeto a la página en blanco, o el terror de infante a su tremenda perfección me tienen entre la hoja y la pluma, realmente no lo sé... habrá que conformarse con lo que me dictan los canes de la calle, que tiene mucho que contarnos; les dejo una reflexión contradictoria y amarga.

Una ficción sin realidad

La verdad es que siempre pensé que un papel no podría contener tantas decepciones juntas, tantas mezquindades, ambigüedades y falsas apariencias, sobre todo, tanta rabia. Sin embargo, a medida que iba ahondando en variados tipos de literatura, comencé a encontrar casos y situaciones que nos llevan al extremo de las pasiones y bajezas del ser humano, donde todo se vuelve una miserable mezcla de pretextos y excusas absurdas, donde se entrelazan tantas visiones bizarras de hombres y mujeres que mis concepciones de las hojas en blanco comenzaron a cambiar.

Hay ciertos libros que me sacan completamente de contexto, que utilizan magistralmente aquellas banalidades y las transforman en obras de arte de la corrompida humanidad, donde las mentiras, los corazones desgarrados, las penas interminables y las catástrofes permanentes rellenan el óleo de un lienzo de media página o miles de ellas; de tanta poesía obscura, cargada de sangre y muerte, tantos trazos de narrativa, donde, absolutos, caminan enmascarados, gatos malditos y latidos aterradores. Está la muerte y la miseria en toda la tinta.

Sin embargo, los textos quedan pequeños, las páginas no pueden cargar aquellos fragmentos que quedan flotando en el espacio inerte de la realidad, las letras no pueden copiar aquella realidad, apenas si, imitarla.


Cienfuegos

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