martes, 25 de septiembre de 2012

Entre Sueños




Entonces Juan miró sus ojos como si nunca más pudiese hacerlo y mientras le entregaba la flor que arrancó de una casa en el camino, le invitó un café. Cuando ella comenzaba a abrir sus pequeños labios para contestarle y él respiraba profundo para contener las ansias de abrazarla y no dejarla ir nunca, lo despertó el chillido del reloj justo a las siete y quince de la mañana, con el suspiro aún en la garganta. Cinco minutos más tarde era la ducha, el cepillo de dientes que no aparecía, el zapato tras la cortina y las llaves dentro del refrigerador, dejar el gato en la entrada, correr por las escaleras para no perder el bus colectivo que lo lleva al trabajo… a empezar con la rutina.

“Perdón, perdón” repetía mientras recogía los papeles de su colega, con el que había chocado por estar pensando en Antonia y el encuentro que tendrían en la tarde; si ya lo había planeado tanto no podía salir nada mal, era un hecho y sonreía entre dientes al entrar en su minúsculo mundo entre tableros de madera, que hacían de oficina. Y las fotocopias e impresiones salían manchados con los dedos de Javier, derramaba el café que llevaba a su jefe, y en vez de redactar los presupuestos para el plan de ventas del próximo año, escribió toda una pauta y hasta un par de poemitas cursis para su encuentro con la chiquitita de ojos claros, tan menudita y hermosa, con aquel carisma sin igual que lo llevaba a treinta centímetros del suelo durante el día y por la cual se había ganado muchas reprimendas.

Salió veinte minutos mas tarde de lo habitual de la oficina y eso lo llevó al borde de un colapso nervioso. Corrió a más no poder hasta llegar al Paseo de los Sauces justo en el momento en que ella, con un vestido rojo y el cabello suelto, daba vuelta la esquina sur. Tomó la primera flor que vio cerca y comenzó a acercarse torpemente entre la gente, sin dejar de contemplarla entre las hojas de los árboles arrastradas por la brisa de la tarde y el aroma del café recién servido que escapaba de los restaurante, las palomas levantando el vuelo cerca de ambos… Al quedar frente a frente ninguno dijo nada durante unos segundos, solo sonrieron. Entonces Juan miró sus ojos como si nunca más pudiese hacerlo y mientras le entregaba la flor que arrancó de una casa en el camino, le invitó un café. Cuando ella comenzaba a abrir sus pequeños labios para contestarle y él respiraba profundo para contener las ansias de abrazarla y no dejarla ir nunca, lo despertó el chillido del reloj justo a las siete y quince de la mañana, con el suspiro aún en la garganta.



Imagen: Otoño, El Boulevard, 1994
Óleo/Lienzo.Colección Particular

4 comentarios:

Ana Segunda - Ana Alonso Ferrer dijo...

Hola Bernardo. Enhorabuena por tu estilo. Me ha gustado mucho tu manera de plasmar una historia. Una humilde opinión de alguien que también escribe. Un saludo

JoseManuel dijo...

Hola Navegante; quier decir que en tus letras hay algo que hace volar los sentidos.....me ha gustado leer y saber que seguras escribiendo, "la sencillez de tus palabras identifican al escritor"... Saludos

cefeideana dijo...

El ouroboro de la ilusión, que mas temprano que tarde nos hace mordernos la cola. Y oh, la ansiedad, esa palabra...

Verito Constanzo dijo...

Bello...