sábado, 21 de junio de 2014

Solsticio


Hoy, en el día donde la oscuridad nos abraza por más tiempo, es momento de llegar al lugar más profundo de nosotros, y desde aquella oscuridad, emerger junto al sol de nuestras almas...

Feliz solsticio, feliz we tripantu, feliz retorno...

domingo, 25 de mayo de 2014

Eufemismos y Educación

No hay mucho que agregar respecto a las diferencias existentes entre el sistema público y privado (de la mano del subvencionado) en educación. Se puede leer, escuchar, discutir mucho sobre el tema, pero ingresar a ciertas instituciones y percibirlo en carne propia es una situación completamente diferente: Todo es un  potente, sutil y bien tramado eufemismo.

Gran parte de la educación que me ha formado, tanto como estudiante como en mi carrera docente, ha sido en Escuelas con número y letra, gran parte de mi vida ha sido ver el ejemplo de hombres y mujeres que se dedican (a sabiendas de las excepciones) a formar personas íntegras, de educar para la vida y no para una simple medición. Ellos han sido un modelo a seguir.

Esta semana llegué a una de estas instituciones educativas que proliferan como callampas en las tierras húmedas: “privadas/subvencionadas”. Esta semana viví una de mis grandes pruebas como educador, como persona…

Luego de los saludos protocolares y nimiedades varias, pasamos a la instrucción del modelo: de una forma poética y llena de metáforas me pidieron que me olvidara de todo lo que sabía hacer como profesor, salvo el mantener a los cursos callados y trabajando, “La disciplina es lo primordial”. También explicaron que era poco o nada lo de contenidos de la asignatura que debía pasar, sobre todo en segundo medio; La pega no era enseñar, no era empatizar, la meta fundamental era para ellos sólo una: adoctrinar. En resumen, los niños no importaban, importaban los resultados que, como colegio, podían obtener a través de sus estudiantes.

Para que mencionar la sutileza de estas palabras: discurso ambiguo incluso, pero, claramente, en una sola dirección. Uno piensa, “me la puedo bancar, igual podré hacer harto con los peques, podré enseñar igual…”
Sin embargo, lo que venía fue lo más duro.

Llegar a la sala de clases (Toda la semana, diferentes cursos, diferentes niveles) y encontrarse con estudiantes llenos de normas deformadas y con sed de competir contra cualquiera para agradar a las familias, para tener el mejor celular, la ropa más cara, el elemento más llamativo… la moda. Todo era una lucha superficial, todo partía de un narcisismo apático que estaba en conflicto con lo que eran, con lo que en momentos de la clase aparecía como leves pinceladas que rápidamente desaparecían, apenas unos niños buscando aceptación, atención, respeto y cariño real, concreto, no ese que muchos padres reemplazan con algunos billetes o llevándolos de viaje un fin de semana.

Pero intenté acercarme, seguir adelante y no dejaron,  les daba lo mismo. Traté de hablarles de empatía, no resultó. Les hablé de lo que significaba el cambio que todos estábamos haciendo, que queríamos hacer, no sirvió...  y son un buen grupo, todos ellos, con mucho potencial, con tantas necesidades que suplir, pero sin esperanzas, sin otra perspectiva más que rellenar círculos en una hoja de respuesta y tener un buen puntaje para que el papá o la mamá les compren algo nuevo. Están (de)formados por un montón de cosas, por sus casas, sus familias, algunos “profesores”, por el sistema que los utiliza…

Fue demasiado.

La cultura de la mediocridad, del pensar pero sólo en lo que te conviene, de ensalzar el poder, la mala competencia  y el culto al arribismo está tan presentes en este tipo de “negocios” que no es posible hablar de educación, mucho menos de calidad. Es fácil adaptar todos tus métodos para cumplir con mediciones y estándares, pero ¿quién se beneficia de todo ello? ¿Qué clase de personas se está formando en dichos establecimientos? ¿Cómo es posible que, después de tanto tiempo, se siga privilegiando intereses económicos por sobre el destino de los niños y jóvenes que asisten a estos lugares? ¿Cómo es posible que los mismos padres no se den cuenta de ello?

No creo ser el indicado para responder.

Finalmente entendí que no había equivocado mis juicios con respecto a este sistema, ya que, sin generalizar, existen muchos lugares que sólo producen daño, disfrazando su institucionalidad bajo un velo de valores morales y excelencia que no es tal. Nunca llegué con la idea de que todo sería malo, o buscando excusas; siempre he sido partidario de buscar nuevas experiencias, de aprender, de experimentar cada aspecto de la vida para poder hablar con propiedad de ello. Sin llegar a decir qué es bueno o qué es malo en educación, sin querer ser quien dé directrices de cómo debe funcionar todo, debo decir que mi trabajo, mi vocación no está en lugares como ese, donde todo es mecánico y sin vida, donde unos pocos profesores de verdad se esfuerzan por entregar las herramientas que los niños necesitan, por entregarles perspectiva, mientras que todo el resto, mientras que las cabezas que dirigen todo desde su Olimpo particular, se enfocan en subir sus números y aumentar las cifras que avalen su negocio.

Lo lamento por los niños que quedan y seguirán estando atrapados en este tipo de lugares, lo lamento por los profesores que intentan ayudarlos aun cuando tienen todo en contra, lo lamento por lo que será de ellos más adelante, por lo que, muy probablemente, en un buen tiempo no cambiará.


Hoy, vuelvo donde pertenezco, al lado de la educación pública, de la que merece calidad, inversión, la que merece respeto, la que todos merecen realmente.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Pacto siniestrado (No me ayudes a olvidarte)


Y tú quieres oír, quieres entender. Y yo te digo: olvida lo que oyes,
lees o escribes, lo que escribo no es para ti"

Desde el cielo se desprende la primera aurora matutina: extraña, fría, densa, dolorosa y cabizbaja... normal, como cada trozo de amanecer reflejado en cientos de melodiosos cantos provenientes de los árboles y el tejado de las casas. Muchas nebulosas van mutando a cada respiro del arco iris que se asoma entre los estériles cerros de esta ciudad grisácea, acostumbrada a robarle los colores al pasar del día. Toda esa calma se refleja por las ventanas, toda esa interrumpida por las conversaciones de un perro con las animas, o con el viento, por el vaivén de sonidos metálicos del transporte, por la declamación de las olas a lo lejos, las respuestas de la brisa oriente a las aves o a los bordes del alumbrado, o mi llanto de vía Láctea que nunca contuvo más que las ganas y el silencio de no interrumpir aquello que no me pertenece.

No era mía, solo es y seguirá siendo un reflejo de cada una de las carencias y defectos que se asoman entre mis labios, de las que se ocultan entre mi vegetación para no causar efectos, o tener que discernir qué tanta razón tienen las palabras que el mar entona, o las que un suspiro deja entre los cables de la calle, o la de tus palabras asesinas que tomé sin miedo entre mis manos como animal herido, evitando aquel olor a borrachera que inundaba los segundos que ya morían insípidos sin ti, de ocultar el rostro tras mi rostro y decir “lo sé, tienes razón” porque en verdad así era.

Aun cuando tus palabras no tenían encriptados ningún código secreto, cada una se deslizaba silente entre mis parpados y mi angustia, dándome la bienvenida al dolor una vez más.

Hay cosas siempre brillan por su ausencia, como aquella cajita de cigarrillos con la foto de dientes cadavéricos, o aquel abrazo que pedí de regalo en navidad, el instante de fugaces besos entre nuestros cabellos coterráneos, aquel susurro de calma de mi ángel que se pierde entre las nubes a la mitad de su guardia, o la verdad que nunca pude pronunciar por miedo a perder, una vida que no sea la del peregrino con destino fijo, la de un viaje de más de cinco minutos, o la de aquellos perdones tipo raspe que objetan “sigue participando”. Es más, solo una taza de café cargado y una paloma a través de la ventana me hacen compañía.

Tal vez  debo comenzar a ser consciente que el café solo sirve para ser bebido y no para contar infidencias amorosas, secretos escolares, o cada una de tus palabras moribundas que cruzaron el aire tan despectivamente, tan surrealistas y bellas y dolorosas, con tanto amor con sabor a comida recalentada, con tanta fe de lo desconocido, con tanto sacrificio…

¿Acaso vivir ya no es un sacrificio?

Quizás si tengas razón y soy apenas un niño con vocabulario amplio y un sincero buscador de sueños marchitos. Quizás para el resto, pero no para ti. La forma en cómo hablamos, nos expresamos de cada situación, la comida, un saludo, una acción, un pequeño detalle que marca un día completo, creo que todo fue demasiado para mis juegos de ilusionista obligado.

Leías a Teillier, y sus palabras echas tuyas azotaban mis oídos, “Y tú quieres oír, quieres entender. Y yo Te digo: olvida lo que oyes, lees o escribes, Lo que escribo no es para ti”, recalcándolo a fuego de dictadura, nada lo era y nunca lo fue, porque tus manos eran inmoderadas incluso para la brisa, o para aquel lucero fantasmal tras la ventana, o para las olas sedientas, para el cielo nuevamente matizado de azulosos y violetas, para el cigarrillo ausente o el café frío, para mi angustia, mi preocupación, o el peso que nunca es real y absoluto en mis espaldas.

¿Y me lo preguntas? Hubiese sido más fácil entregar mis últimos suspiros al silencio, a una ilusión eterna. Si darle sentido a toda la angustia, sin improvisarme cientos de vidas, colores y deseos, no salir un poco de la vorágine de este mundo adormecido, no evitar el desaliento de cada arremetida contra el pecho, las ganas, el deseo; si todo lo que acaso pude balbucear hubiese sido necesario para que no te escurrieses entre mi dedos… lo siento pequeña, prefiero luchar contra mis demonios inventados, hurgar entre la necrópolis de mis culpas, ser mortífago de tu inocencia, antes que perderme entre los labios de la tierra sin haber seguido mi sendero planificado por aquella consciencia superflua e imperecedera.

Creo que nunca representé el papel que me entregaste: ser la parte comprensiva de tu vida; no tengo tus problemas ni tú forma de sentir cada gesto que se escapa de mis facciones. Tu precio es demasiado alto para mis pordioseras manos.

Al menos sé que la paciencia acompaña una vez más mi pasaje.

Recuérdalo bien, mis promesas están intactas, sin que haya entendido lo suficiente para ti. Aun cuando las reglas cambien, el mundo gire, las palabras no sirvan, y el silencio apague nuestras voces en la permanencia del otoño, este pordiosero que lucha por limosna seguirá a tu lado, y no para robarte trozos de aire, de vida o silencio, sino porque también recordará aquel día que fue un hombre rico y sabio, y entregó (porque no entendió que era el sacrificio) su realidad inventada por una explosión de aquella estrella fugaz en tu atmósfera celestial y conoció cada rincón de la ciudad del cielo perdida entre tus curvas de terciopelo.

Quizás algún día pueda ser como aquella que aflora en una postal de ocaso: gaviota que desfila por el aire tratando de encontrar un camino hacia ese lugar que siempre es el correcto, sin importar donde, bajar del mundo de un brinco y gritar por estar al fin a orillas del infinito, en aquel lugar tan mágico y encantado y que invita a hacer cosas imposibles con solo imaginarlo... libre de todo, y poder así recordar cada una de tus palabras, tus gestos y miradas y olvidar de una vez que debía morir por ello, porque al fin entenderé que cambiamos nuestro amor por lejanía, y todo súbitamente era necesario para tu complejo de bomba atómica y mi complejo de mendigo deplorable.

Antofagasta, enero de 2008

martes, 1 de octubre de 2013

Soledad


Hay días en que la inconmensurable Soledad me visita entre miradas ajenas y el frío deslizar de las hojas que caen: quiere hablar una vez más de las olas que se pierden mar adentro, de las nubes pasajeras y de corazones acongojados que habitan entre sus profundos brazos; me visita esa soledad que ahora parece ajena, la que toma mis manos, besa mi frente y siembra de párvulos chubascos mis ojos ausentes… “Te extraño, Perdido”, dice, “Te extraño, y los recuerdos que dejaste acumulados en las cajitas de madera de tu vieja casa y la dorada cadena atada al cuello de un antiguo amor reclaman tu partida: ¿qué te has hecho, señor mío? ¿Qué trampas te puso la vida, que abandonaste mis pasos, mis llantos de mariposa, mis reflejos sin sentido y las largas conversaciones con una guitarra y el tabaco encendido? ¿Por qué me has abandonado, como el hombre a sus sueños, como el padre a su hijo en su dolor? Ahora juegas con otras letras, te recubres con optimismos y dejas que la vida siga su rumbo a ninguna parte, a ese vacío eterno al que ustedes llaman muerte. No, no hay perdones en lengua alguna que sirva para zurcir el abandono que has dejado en mi nombre. No, no hay remedios para una fe deshilada y una espera que no llega a fin alguno. Solo te pido que me visites de cuando en cuando, quizás pueda regalarte otros versos pasados, otras luces atardecidas, otras heridas que comienzan a sanar. No me olvides, hijo mío, que llegué de la mano de tu conciencia, y siempre espero que, cuando menos, repitas mi nombre en las noches completamente negras…”

Me visita de vez en cuando esa soledad que me pertenece, la que alguna vez llamé por su nombre: muerte, la que espera sin prisa que se cumplan la cantidad de pasos designados en esta senda, llamada vida.

jueves, 19 de septiembre de 2013

Nocturno


Hay quienes meditan sobre el sonido de las noches, sobre el suspiro profundo que absorbe ruidos y recarga de temores las sombras agotadas durante el día; quienes se dejan devorar por las muertes y el estremecimiento de las ciudades, vestidas de insomnios, de ladridos ahogados, de llantos infantiles y fantasmas presurosos por encontrar alguna pobre mente necesitada de aquel salto al vacío al que llaman sueños, y contagiarlos de la más pestilente y putrefacta esperanza matinal. Otros, simplemente, juegan a estar dormidos, en una especie de espera o letargo meditabundo y obcecado, como los ajedrecistas vencidos por su propia mano traidora, juegan al morbo sanguinoliento de la vigilia, buscando la excusa perfecta para contar el trastabilleo de los relojes en su andar cansado y los pasos de criaturas y recuerdos que la boca nocturna relega en su agonía, mientras lo engulle todo... a todos.

Otros... cerramos los ojos al sabor metálico del miedo... y nos entregamos a la inconsciencia cenicienta de la obscuridad, en espera del momento en que el escape imaginario sea, por completo, inevitable.

martes, 10 de septiembre de 2013

"El Encuentro" (fragmento)


Entre los secretos magos draconianos de Fagania, una frase resuena antes de ir a batalla, como un profundo clamor de cascada en cada voz: "Cuando la morada esté en penumbras y su calor esté consumido, cuando la mente y las palabras se silencien del cuerpo y detenga todo ritmo infame, cuando la mano alzada, cuando el índice levantado apunte al infinito cielo, los poderes de las cuatro tierras y los cinco versos serán despertados. Hoy, los que estamos presentes decimos: perdónenlos porque no saben... perdónennos, porque sabemos."

martes, 3 de septiembre de 2013

Indeseado



Ganas de llorar como un bebé, como una cría lanzada a esta existencia sin más remedio, sin mayor apelación, por razones se pueden reproducir en un abanico de posibilidades académicamente incorrectas: en lo general, es el trabajo, la poca razón de los que alrededor se autoproclaman educadores de la vida, formadores de seres, esos que apenas pueden/podemos enseñar a raspar las paredes del propio infierno personal a cada uno de los sujetos que llegan a nuestras manos, ya dañados y desgarrados por un concepto de familia que los reproduce por simple justicia y necesidad obligada para encajar en cuanto sistema se ha creado. También es por la incapacidad misma que se ha entregado para ser uno mismo, esa penosa falta de coherencia entre lo que la boca pregona y lo que los pasos avanzan. Lo peor de esto es el motivo: miedo… un simple y absurdo miedo que funciona de dientes para adentro, porque en el mensaje cotidiano es una ironía más que acompaña el pan de las mañanas y el cafecito de la tarde, mientras se escapan los días de ser él, yo, eso, de ser, simplemente, y dejarse arrastrar por la corriente reivindicadora de las maquinarias obscenas que se construyen a diario para conformarse un poco. Y vamos a la iglesia, salimos a las tiendas a comprar una cosita poca para que nos veamos bien, para calmar la ansiedad y no engordar, para gastar, para no emborracharse y ser como los patéticos de al lado que tienen la casa chica pero el televisor grande, para no ser como el resto pero siendo como el resto… comunes y corrientes.

En la segunda escala (o quizás tercera o cuarta, dependiendo de la lectura anterior, la comprensión, y un delicado “no me importa”), está la más infatigable consternación por esa incapacidad de llorar en público, de llorar como el bebé o la cría lanzada a la vida sin que lo pidiese, a la que bautizan, a la que imponen reglas, a la que se enamora de sus padres, a la que traicionan sus padres, a la que meten al torbellino de la ciudad y lo embarran de prejuicios y atentados contra el resto, contra sí mismos.. y luego el resto llora y se queja como cría porque no entiende lo que le pasó al nene, “si era tan buen pibe, niño, pequeño, joven”, porque su natural intento a rebelarse del yugo del monstruo que había debajo de la cama lo condenó a las agresiones y a la marca de la insurrección… porque no le enseñaron que ese monstruo era él mismo, y lo que quedaba de su creación: el espejo de lo que fue antes de ser, de eso que no se conoce pero se presiente como los bebés antes de ser paridos y las contracciones del retorno a la primera memoria; condena le llamarían unos, oportunidad otros… pero fue exactamente eso lo que no tuvimos, una oportunidad para ser, estar, o, simplemente, negar ambos verbos, como lo hacemos a diario con la naturaleza y los signos de alerta del cuerpo que nos dice “oye, estúpido, estoy enfermo, estoy estresado, me falta descanso, me falta vivir, me falta volver donde mi madre, y no la que te parió, estúpido…” y el estúpido no oye porque… porque no, porque no tiene tiempo, o porque no tiene tiempo, o porque no tiene tiempo… tiempo.

Y se olvidaron que la vida es una cuenta regresiva que no se puede congelar…

Así que escribamos canciones lindas que nos duelan porque es importante aprender a sufrir porque así nos damos cuenta que estamos vivitos y coleando (pero sin cola, la que fue cortada cuando nos patearon a esta realidad) y sin vivir, porque esa oportunidad nos la quitamos nosotros mismos, o las ´generaciones pasadas que se hacían bolsa entre ellos y pensaron que así sería más lindo y justo y de verdad, nos creamos una máquina que nos devora lo único que nos dieron para disfrutar de esta existencia, la única misericordia que tuvo uno o varios dioses o entidades o seres infinitos o finitos, granjeros de hormigas o de saltamontes o de necedades… lo único: la vida.

Redundantemente ilógico, ¿no?

Pero da lo mismo, tenemos auto nuevo, una casa, un perro-gato-canario-tortuga-tarántula-plaga que nos acompaña… ¡ah! Y claro, los hijos, los que trajimos al mundo para ser una familia conformada, para ser ese “que se sho, visteh”, ser algo que nos dicen en los libros que es perfecto y bien constituido.

Así que bienvenidos a nuestra cómoda, patética y conformista vida que no nos pertenece y que no tenemos, a ser felices con las migajas de existencia que nos dejaron… que nos dejamos

martes, 13 de agosto de 2013

"El Encuentro" (fragmento: "Cantos del norte")



Cuando el arrebato, la angustia y la desazón arrecian el corazón del pueblo, nuestra raza busca el equilibrio en el primer pilar de la existencia: la palabra. Es entonces cuando el canto de las grandes gestas del mar poniente y el danzar que representa el vuelo de los dragones por los acantilados de Adaport surgen de cada voz y el poder de los habitantes de Fagania reaparece tranformándolo todo en la más fuerte de las convicciones: uno en todos, y todos el universo.

domingo, 4 de agosto de 2013

Luz Roja


El ruido de los tacones bajos que ella prefería se confundía con el de los autos paralizados por la luz roja, mientras cruzaba rápidamente murmullando en voz baja por no encontrar las llaves de su apartamento en los bolsillos de su negra chaquetita. Al detenerse en la otra esquina, esperando que la suerte la acompañe y el par de traviesas aparezcan en la trifulca de papeles, cosméticos y la libreta verde que reposaban dentro de su cartera, se sintió algo aturdida, le quemó el pecho y la piel reaccionó como los gatos ante la amenaza de algún can o de las sombras que se ocultan en las esquinas de las casas viejas; siguiendo sus instintos se giró hacia uno de los vehículos que aún seguían reposando en las fauces del semáforo: un taxi, una mirada que la agredía, quizás con rabia, quizás con culpa, quizás con la sensación de haber quedado en el camino, en marcha hacia cualquier lugar, hacia cualquier lugar… Carmen quedó pasmada con las lágrimas que brotaban  de los ojos del pasajero, de aquel hombre: olvidó las llaves y olvidó voltear, olvidó la promesa de mirarlo con todo el odio que había reunido, aun cuando él recibía el consuelo de su nueva pareja, aun cuando iban con su hijo dentro del auto, aun cuando sentía nuevamente aquella caída libre en el estómago, aun cuando recordaba el golpe y las piernas le temblaban, porque simplemente lo vio destruido, relegado a dejarse vivir, a permanecer en tránsito sin más motivos que lo que las obligaciones de la adultez le dicten… por primera vez en todos estos años, ella sintió una velada y tibia compasión por ese, que tanto daño le había hecho alguna vez...

Carmen parpadeó un par de veces antes de ver al taxi alejarse por la avenida, sin salir del asombro por aquel cuadro, lo ocurrido, sobre todo consigo. - Que raro - pensó, intentando buscar explicaciones en donde no las hallaría. Al bajar una de sus manos, se percató que en su bolsillo derecho tenía las llaves extraviadas.

jueves, 25 de julio de 2013

Urbana


¿Surgió de bajo tierra?
¿Se desprendió del cielo?
Estaba entre los ruidos,
herido, malherido,
inmóvil, en silencio...

Oliverio Girondo


Los hechos ocurrieron un día de abril, a principios de nuevo siglo. Fue como si un rayo se le abalanzara en un día de lluvia, principios del siglo, aunque no había una nube en el cielo, destello del cual ella jamás se enteró, destello con el que todos se voltearon entornando sus ojos para ver aquello que había ocurrido, por el cual, estupefactos, las manos se fueron al rostro: Una mujer tirada en el medio de la alameda… las hojas cayendo a su alrededor con el color de la tarde, tan cobrizas como el mismo sol que imita, como todos los días, el misterio de la muerte en aquel instante. Las carrozas tiradas y sus jinetes se agolpaban a su alrededor, el reloj de la catedral resonaba ya siendo las ocho. Los pocos testigos le contaron a la policía que apenas se escuchó un resoplido, un chasquido metálico que crujió ruidosamente y, en un parpadeo, ella se desplomó, envuelta en un aura blanca y azulosa, tal como su piel.

La policía, en semanas de investigación, no encontró rastro alguno del culpable, y apenas se identificó la causa de muerte: fuerte golpe eléctrico a la altura del cuello, la que dejó apenas dos marcas rojizas.
 
Cierto hombre compró la edición matutina del periódico donde leía su poema,  “Aparición Urbana”,  publicado bajo otro nombre, el de un tal Girondo, el mismo donde se anunciaba el cierre de la investigación por falta de pruebas y motivos: El mismo hombre que había pasado sonriendo cerca de la mujer que había caído fulminada, el mismo que había liberado al pequeño robot que se adhirió al cuello de la muchacha e  iluminó con su fulgor la tarde y desapareció sin dejar rastro...

El mismo hombre que recitaba en voz baja sobre el ángel tirado en plena calle… ese ángel, tan azul de tan blanco.