jueves, 25 de julio de 2013

Urbana


¿Surgió de bajo tierra?
¿Se desprendió del cielo?
Estaba entre los ruidos,
herido, malherido,
inmóvil, en silencio...

Oliverio Girondo


Los hechos ocurrieron un día de abril, a principios de nuevo siglo. Fue como si un rayo se le abalanzara en un día de lluvia, principios del siglo, aunque no había una nube en el cielo, destello del cual ella jamás se enteró, destello con el que todos se voltearon entornando sus ojos para ver aquello que había ocurrido, por el cual, estupefactos, las manos se fueron al rostro: Una mujer tirada en el medio de la alameda… las hojas cayendo a su alrededor con el color de la tarde, tan cobrizas como el mismo sol que imita, como todos los días, el misterio de la muerte en aquel instante. Las carrozas tiradas y sus jinetes se agolpaban a su alrededor, el reloj de la catedral resonaba ya siendo las ocho. Los pocos testigos le contaron a la policía que apenas se escuchó un resoplido, un chasquido metálico que crujió ruidosamente y, en un parpadeo, ella se desplomó, envuelta en un aura blanca y azulosa, tal como su piel.

La policía, en semanas de investigación, no encontró rastro alguno del culpable, y apenas se identificó la causa de muerte: fuerte golpe eléctrico a la altura del cuello, la que dejó apenas dos marcas rojizas.
 
Cierto hombre compró la edición matutina del periódico donde leía su poema,  “Aparición Urbana”,  publicado bajo otro nombre, el de un tal Girondo, el mismo donde se anunciaba el cierre de la investigación por falta de pruebas y motivos: El mismo hombre que había pasado sonriendo cerca de la mujer que había caído fulminada, el mismo que había liberado al pequeño robot que se adhirió al cuello de la muchacha e  iluminó con su fulgor la tarde y desapareció sin dejar rastro...

El mismo hombre que recitaba en voz baja sobre el ángel tirado en plena calle… ese ángel, tan azul de tan blanco.

domingo, 21 de julio de 2013

Tu silencio


"Dejé mi palabra, barca ligera
a orillas de tu silencio..."


Sigo siendo silencio en tus labios
El perfumado aroma de tus besos
Tan tibios, Sobre los míos
Ahogados, sublimes

Sigo siendo tu caricia
Perdida entre las sabanas
De mi cuerpo centelleante
Con la sonrisa encendida
Y la humedad a cuestas

Sigo siendo y perteneciendo
A tu bandera postrada en mi pecho
Haciendo parte del aliento
Que me da la vida

Más que nunca
Soy, en tus ojos despejados,
Aquella hoja que resbala
Amando el contacto infinito

Y el murmullo de nuestras manos
Comunicando fuego y tierra
Sigo siendo ese rocío
En tu bosque, complacido

Luego del sol
Del miedo y mi partida
Sigo siendo tu silencio
Alma mía.

domingo, 14 de julio de 2013

El Encuentro (Fragmento)



Raziel acostumbraba a entrenar en los campos yermos de las tierras bajas, cerca de los acantilados, ya que intuía – y aunque no todos le creían – que prontamente se desataría la guerra contra la el grupo de los errantes oscuros. Utilizaba, con cautela pero sin limitarse, la mayoría de las técnicas básicas que había aprendido como mago de los elementos en su viaje por las tierras interiores, esperando mantenerse en condiciones para defender al pueblo que lo acogió y, por sobre todo, a Iris, la mujer por la que hace un tiempo decidió quedarse.

En un giro de su espada y mientras realizaba un conjuro de articulación, el aire se tornó más denso y los pasos más pesados y el pecho le ardió, señal clara que algo no estaba bien… y tenía razón. Un grupo de unos sesenta oscuros aparecieron por el lado norte del bosque, comandados por un demonio de mediano rango, de armadura completamente negra y  el triángulo invertido en el pecho, del color de la sangre que nunca los sacia por completo; se le abalanzaron al instante y de manera súbita. “buena practica” pensó entre dientes, sin dejar de estar algo preocupado por la cantidad y lo peligroso del líder de aquel grupo.

Entonces la tierra se abrió y se tragó a algunos, el mago agitó una mano y las raíces de los árboles atraparon a otros tantos, recitó los versos de transformación y en un parpadeo era un Aven que agitaba sus alas velozmente, mientras golpeaba a otro grupo, se elevaba a varios metros por el aire, alzaba su báculo y los rayos caían sobre un suelo del que brotaban más enemigos: sintió el golpe de la energía oscura del demonio mayor, tuvo miedo al caer al turbulento río pero alcanzó a sujetarse de unas ramas, mientras usaba el agua para defenderse de un nuevo grupo, lo acorralaron…

El tiempo se detuvo un instante, al igual que su respiración y recordó al más importante de sus maestros, quien en las costas del norte le enseñó el lenguaje antiguo… “Las estrellas no temen a la oscuridad que les rodea”. Entonces corrió hasta el borde del acantilado, pensó en la mujer que lo enamoró y una sola convicción lo recorrió: no podía fallar.

Se lanzó sin dudar y tras de sí un gran grupo de oscuros apuntando sus espadas a su cuerpo. Gritó con todas sus fuerzas y mientras giraba en el aire se transformó en un dragón mayor, lanzando un gran tornado de fuego hacia los seres que caían tras de sí: su mente estaba completamente en blanco, intentando controlar la furia que comenzaba a dominarlo. En dos aleteos Raziel llegó de vuelta al borde de la inmensa caída, recuperando su forma humana y envuelto el un halo blanco que hizo temblar la tierra que lo rodeaba: creatura que se lanzó a atacarlo se desintegraba, ataque oscuro que lanzaba se desvanecía al instante, sus ojos brillaban con aquel tono dorado del sol que dejaban claro su estado de trance, el poder elemental. El comandante, de nombre Barshe, gritó el nombre del mago mientras se lanzaba hacia él envuelto en furia,  pero en respuesta solo recibió un ataque: pareció como si los cuatro elementos se fundieran en uno solo y como infinitas flechas atravesaran la negra coraza, mientras se expandía la esfera incandescente, destruyendo a los soldados restantes. Todos Desaparecieron casi al instante que el mago caía de rodillas, extenuado y tembloroso por el esfuerzo.

Todas sus sospechas se habían confirmado de la peor de las formas: el alzamiento de los oscuros era inminente y llegarían hasta su aldea. Solo le restaba prepararse.

sábado, 6 de julio de 2013

El "Qué", Fuera de Toda Lógica




“Suma de ausentes voces esta nada
la sombra de una vaga sepultura
niega en su permanencia la escritura
que urde apenas la espura y anonadada
Mallarmé


No escribo para nadie, ni para mí mismo. Las palabras son un acto reflejo de la conciencia que grita, que derrama el sórdido dolor de reconocerse apenas en las sombras.

Esta no-historia va de la mano de mis dos gatos blancos ahora perdidos en la lejanía de sus patas pegadas a un cemento diferente, de Teodoro W. Arnoldo  como excusa para la inspiración ¿por qué? Por una simple y breve leída a los ochenta mundos de Cortázar y unos cuantos tonos del piano de Lou Reed. No escribo para nadie, y ese nadie son todos los que quieran compartir un rato de procrastinación, un rato sin saber nada más de los mortales que pisamos la tierra intentando hacer algo diferente, promiscuos de letras y cansados de rutinas. Sobre todo por el miedo a ser abandonados entre fierros y bocinas matutinas. ¿Lógica?  ¿Acaso es necesario que todo tenga un sentido, una explicación plausible para que las mentes guarden calma y no busquen siquiera una explicación en sí mismos? Extrañar se vuelve una costumbre solitaria, como las olas que han llegado a levantarse más de lo debido en el “mar que tranquilo nos baña. Hace falta la guitarra en las manos y el tormento de los imprevistos que interrumpe todo.

La alquimia de las palabras no tiene, no debe tener un sentido por sí mismo: la realidad es un libro abierto que leemos de una manera personal, íntima y llena de interpretaciones, llena de azar y burlas; el sentido somos nosotros mismos, lo que queramos entender por tal. No esperen que el resto se los dibuje en las manzanas con que explican la maquinaria de la vida.

Ser consecuentes es, en estos días de banalidades, un lujo que muy pocos han tenido el coraje de llevar a buen puerto.