Hay cierta literatura que no es
soportada por las palabras, pequeñas y arrogantes, tanto como el que las
derrama en el papel. Sus aromas y colores son demasiado intensos, sus vuelos un
ensueño de perfección, de caminar profundo y sinuoso, llanos verdes y ríos
profusos. Debemos, pues, deslizar nuestras manos mínimas para tejer lo más
próximo a sus vuelos infinitos, retratar cierta parte de aquel objeto con estos
pequeños materiales, ser arquitectos de palabras simples y, sobre todo, de
corazones humildes.
Sin embargo, en las condiciones
que hoy se encuentran, las palabras son cosa del pasado humano, deshilachadas y
perdidas: su ardor pálido y cansado, manoseado, mutilado y mil veces ultrajadas…
¿Acaso no hay respeto o esperanza por aquella esencia que hoy por hoy pierden
su real importancia? ¿La literatura que hoy el mundo propone es, por tanto, un
juego de azar que mezcla realidades carentes de verdadera creación?
Saldría a la calle a dibujar en
los bancos de las plazas y en los árboles y en las paredes una frase
manifiesta, directa y consecuente con mi predica: “Al escribir nuestra
literatura osamos a dejar las palabras en segundo plano, tomamos nuestro
aliento, canto y carne y los rasgamos para vaciarla en lo indómito de la nada
misma, de la primigenia obra perfecta: la hoja en blanco.”.
Es por lo anterior que me permito
decir, infame quien no arriesga la razón para sembrar las semillas de la
creación o herir de pasión un lienzo vacío. Y que me perdone quien se atreva a
leer esto, pero hay cosas que jamás debieron ser escritas y ser llamadas como
tal: arte; han mutilado el universo,
aquella concreción absoluta de las ideas, conjunción de firmamentos, por el
simple hecho de ahorrar esfuerzos en trazar más que unos cuantos caracteres que
acompañen sus atolondradas letras, simplemente no merecen calificarse de
escritores. Asumir aquella investidura significa aceptar velar las armas
gloriosas del poeta o cuentista, del músico o novelista: una pluma ardiente
cargada de espíritu y un alma entera dedicada a la lucha contra aquellos
gigantes molinos de viento de la mediocridad y la ignorancia de este mundo mal
evolucionado.
1 comentario:
(Ariel)
Me gustó esa caricatura del hombre encerrándose en un cuadrado, en su mundo, me recordó a Bolaño jajajaja.
Conocí personas que se hacen llamar como tal y su trabajo, a mí parecer, es una basura, no me cautiva, no me atrapa.
El simple hecho de pasar nuestro pensamiento al papel no nos hace escritores, es el vivir del lenguaje, morir en él, renacer, sentir que la palabra es lo único que tenemos, un refugio para todas esas voces dispersas en la mente. Es intentar tomar a ese ser interno y llevarlo a explorar, conocer, descubrir que hay infinitas combinaciones para transmitir no sólo el pensamiento, sino nuestro mundo.
¡Saludos! :D
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