viernes, 13 de abril de 2012

El Loco


Sacaron una carta del tarot, la pusieron en mi frente y me lanzaron al vacío: un perro perseguía a el loco que, con sus colores inexactos apuntaba una estrella en el cielo, vociferando a los ineptos:

“Si me faltan las palabras o la suma de conceptos que formen esta torre de babel llamada causa plausible de un método que no tiene nada de efímero dentro del mundo que he de construir con estas garras indescifrables. ¿Lógica? No, esa perpetuo e innecesario juego de proposiciones no calza en estos garabatos: aquí tenemos hojas que caen en el viento, semillas que revolotean entre las gargantas de cantautores adictos a la muerte, a un arte divinamente trastocado por esta realidad que no tiene pies ni cabeza ni torno ni forma conocida para vos o tu o lo que sea.

Y ver a los niños escribiendo en las paredes "Lorem ipsum vim ut utroque mandamus intellegebat, ut eam omittam ancillae sadipscing, per et eius soluta veritus", como mensajes subliminales a los viejos tarados que han hecho del dolor su fuente de los deseos, algo parecido a subsistir con ataques constantes de epilepsia, disonantes consigo mismos pero consecuentes con el error de dejarse llevar por el rebaño, cardumen o enjambre de causalidades absurdas; a los necios les traducen bajo los parpados aquel latín, "A nadie le gusta el dolor para uno mismo, salvo que lo busque y desee tenerlo, solo porque es dolor."
Y les gritan “sufrimos porque así lo decidimos”.

¿Qué pasa con nosotros, el resto, los que pernoctamos con las ideas al aire, con el cerebro en las manos y el corazón corriendo tras las ruedas de los autos, completamente perdidos en el sendero del lenguaje inmenso? Simple: absolutamente nada, seguimos mordiéndonos la lengua e intentando respirar mientras les susurramos maternalmente a nuestros amigos imaginarios: “no te duermas, no me dejes…”


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