Rodar una roca gigante hacia las
cumbres, dejarla rodar hacia el abismo nuevamente por miedo al cielo, a la luz,
a sus estrellas fantasmagóricas, a su pretenciosa inmensidad, despojarse del
nombre que cargamos, las cruces, las fechas, los lamentos mundanos y guardar
solo aquellos que nos sirven para nada, para apretar con mayor fuerza las sogas
del llanto al cuello, abrir los brazos buscando un consuelo en el espacio vacío,
reseco y tan yermo como las noches en camas desoladas, sin una respuesta
coherente, sin un ápice de movimiento, simplemente detenidos en algún instante
terrible y agrio, sin poder dejar de saborearlo, sin limpiarnos la cara de las
expresiones flatulentas del ego, de nuestro karma o el de otros, o de los
pecados cometidos por el hijo o el padre o cualquier bestia que osó a ser
creado; Aquel esclavo que carga con su muerte próxima, con su miedo de
infante abandonado, aquel tronar de las campanas en las jaulas del pensamiento,
los insectos amarrados a las miradas que se descuelgan para encontrar el
alimento del otro frente a frente, ese mismo somos nosotros, somos Sísifo,
aquel que carga un mundo en sus hombros y escupe al suelo, se mofa de los
dioses y se ríe de sí mismo, consciente de su destino y realidad, del absurdo
de su labor perpetua, de sus decisiones y la falta de ellas, porque el hombre
no pudo levantarse ninguna de las mañanas del tiempo, luego de sus delicadas
pesadillas (que, por cierto, regaban el jardín de sus agonías) y gritar No te serviré: las viejas no eran
encantadoras, ya enterradas olían como las melodías lisonjeras de los cornos y
metales pesados, oxidados y sin remedio, y aquel personaje somos nosotros, nos callamos
los dedos, nos guardamos los pies, escondimos las ideas y lanzamos las llaves
del pecho al mar y nos quedamos solos y contradictorios.
Sísifo nos observa desprotegidos
y lloriqueantes, se burla de sí mismo y sigue su labor: arrastrarse por sí
mismo sin derecho a perder el tiempo con sus otros semejantes.
1 comentario:
Poesofía para formar-se C:
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