Profesora
Y en verdad fue efusivo cuando me lo dijeron en casa,
tras verme salir del dormitorio este miércoles pasado mediodía.
-“Naaah” -les respondí. “El que ganó es un chino
‘ene-ene’. Y a todo esto, el que me gusta es japonés”
-Ah –me respondieron. Es que se parecen tanto todos los
chinitos…
Fuera de la idea -casi eufemismo- que formulo cada vez
que oigo algo como lo anterior, de una u otra forma no tengo cómo discrepar al
respecto. Es válidamente certero.
Y más allá de la casi “talla nacional y mundial” que
aluda a “si todos son chinos; todos son iguales”.
El Ombliguismo que padece occidente no parece haber
cambiado ni siquiera hoy por hoy, en que las pérfidas tecnologías –que me
tienen langüeteando mi monitor todos los días- prácticamente empelotan los
resquicios más ocultos de los autores y autoras de las artes literarias.
Remitiéndonos al mantra-karma de este caso.
Guan Moye (la figura tras el –ahora- popular seudónimo de
“No hables”, como se translitera “Mo Yan”) es, sin duda, la representación del
escritor contemporáneo. Pese a que no lleva resquicio alguno de las
irrealidades del literato de nuestra era.
Es un individuo que juega con su bajo perfil,
considerando que tras su sufrida infancia y sus raíces forjadas en uno de los
países más curtidos por el ‘concepto’ de Política –víctimas y victimarios,
comprenderán-, saluda y olvida el devenir de los tintes que “el Mao” o “el
Caos” han bañado China.
Por otra parte, la crítica literaria –o la clasiquista
Copia y Pega- aún insiste en arremeter que Gao Xingjian, el primer Nobel de
Literatura chino, tenía “menos méritos literarios” a la hora de subir a la palestra
sueca.
Sus composiciones tampoco soy muy admirables, desde el
punto de vista de una Ratona de Biblioteca: leer frases como “escritor de
Realismo Alucinatorio”; hacerlo sinonimia de Faulkner y García Márquez, entre
otros… Siento que nos estamos volviendo flojos para los argumentos.
No volvamos a la Era de los Monosílabos, por favor… ¿Sí?
Junto a lo anterior, se suma un pormenor sinceramente idiota,
al avanzar en la mayoría de los reportajes de las últimas horas, aplaudiendo
las causas perdidas y los N.N. de las letras. Bien por ti, Nobel: ahora eres
una Fundación sin Fines de Lucro.
¡Oh, cáspita: los millones en premio! Pequeño detalle
olvidado.
Todo se vuelve mucho más idiota si recordamos a la eterna
leyenda de las menciones premiadas, el real pensamiento de Alfred Nobel: cada
uno de los individuos condecorados con este Honor, son representantes no sólo
de su área creacionista (artes y ciencias… ¡Cómo me debe estar puteando el buen
da Vinci, al separar así el Humanismo!), sino del pensamiento de una nación.
Del grito de esperanza de esa nación.
Y es preciso decirlo: Mo Yan no grita.
Ni por él. Ni por su nación.
Posiblemente es un pensamiento farsante, considerando que
quien les habla es partidaria acérrima de Haruki Murakami y Alice Munro.
Madrugué el miércoles con el deseo que ganase Haruki, y
salir a “predicar la palabra Murakamiesca” por toda mi comuna.
Sin embargo, deja de ser farsante si asumo mi propia
inestabilidad política y coloco sobre esta mesa literaria que, lamentablemente,
el hilo crudo de la política –aludiendo a que “mientras menos luzca, más te
luces tú”- siempre va tirar a favor de los intereses ajenos.
¿Una suerte de “nunca quedas mal con nadie”? Por qué no.
Por otra parte, y con un propinadísimo manotazo en la
misma mesa: ¿quién de nuestro país se planta frente a mí y reconoce haber leído
un solo trabajo de Mo Yan?
Olvídense del asunto “es que acá no importa el ranking de
ventas”.
Estamos hablando de una Representatividad de Visión. De
un individuo que, tras leerse, permite leernos en él. O negarnos en él.
O sencillamente leerlo. Como poco sucede en Chile.
No existe ninguna editorial -¿qué pasó, independientes?-
ni biblioteca, ni librería en el país que tenga un trabajo del Nobel de
Literatura 2012.
¿Y justo a fines de año vamos a encontrar en nuestros
estantes más cercanos una edición?
¿Nuevamente se repite el mantra triste de “esperar que
sea famoso” o “saber que existe en la tele” para leerlo?
Me sucedió algo cercanísimo con Murakami y con Munro.
Los conocí por conversaciones con contactos mexicanos y
españoles, respectivamente. Ni siquiera por mi vínculo directo con las letras.
Ni por mi encierro y pantallazo constante, en busca de
algo por leer que no tuviere que ver con Putas, Desiertos y ‘Pacos’.
Y debo decir lo obvio: he bajado los ceros de la cuenta
monetaria familia, comprando los trabajos originales de ambos autores.
Pero los conozco. Y los critico desde el conocimiento.
Al ‘Silencioso’ Mo Yan apenas y le conozco “Grandes
pechos, amplias caderas” (que es una versión de la saga de La Buena Tierra de
Pearl Buck y los capítulos más plañideros de Oshin, con alusiones un poco más
mojadas y pegajosas, a momentos. Igual y
léalo: vuélvase el universo) y un fragmento de “Rana”, trabajo que lanzó el
2011.
Desde ese punto lo desconozco.
Y es peor: porque lo critico desde mi desconocimiento.
En efecto, condicionada con una voluntad casi groupie, el
pasado miércoles me armé de alarmas y despertadores a las 7.00 am, para ver el
comunicado en vivo, via streaming, del flamante nuevo ganador del Nobel.
Ganador, decimos… No electos.
Como si fuera el triunfo tras una guerra injusta, llena
de víctimas propinando en pos de algo parecido al júbilo. Como si el Loto o el
Kino finalmente tomó la luca invertida el último fin de semana, puesto casi
sacramentalmente en el quiosquito vecino.
Quizá el ego de muchos literatos languidece con ese
argumento pero, vamos… seamos sinceros: el triunfo contemporáneo huele a
cheques de varios ceros y a editoriales con pretensiones snob.
En fin… A reír de buena gana.
En lo personal, iré juntando mis 28 mil pesos para
comprar, el próximo año, algún físico de Mo Yan.
O mejor: para releerme a Murakami en Baila, Baila, Baila.
“La sangre tira”, he leído.
“la vida tira más”, les digo yo.