No hay mucho que agregar respecto
a las diferencias existentes entre el sistema público y privado (de la mano del
subvencionado) en educación. Se puede leer, escuchar, discutir mucho sobre el
tema, pero ingresar a ciertas instituciones y percibirlo en carne propia es una
situación completamente diferente: Todo es un
potente, sutil y bien tramado eufemismo.
Gran parte de la educación que me
ha formado, tanto como estudiante como en mi carrera docente, ha sido en Escuelas con número y letra, gran parte de mi vida ha sido ver
el ejemplo de hombres y mujeres que se dedican (a sabiendas de las excepciones)
a formar personas íntegras, de educar para la vida y no para una simple medición.
Ellos han sido un modelo a seguir.
Esta semana llegué a una de estas
instituciones educativas que proliferan como callampas en las tierras húmedas: “privadas/subvencionadas”.
Esta semana viví una de mis grandes pruebas como educador, como persona…
Luego de los saludos protocolares
y nimiedades varias, pasamos a la instrucción del modelo: de una forma poética
y llena de metáforas me pidieron que me olvidara de todo lo que sabía hacer
como profesor, salvo el mantener a los cursos callados y trabajando, “La disciplina es lo primordial”. También
explicaron que era poco o nada lo de contenidos de la asignatura que debía
pasar, sobre todo en segundo medio; La
pega no era enseñar, no era empatizar, la meta fundamental era para ellos
sólo una: adoctrinar. En resumen, los niños no importaban, importaban los
resultados que, como colegio, podían obtener a través de sus estudiantes.
Para que mencionar la sutileza de
estas palabras: discurso ambiguo incluso, pero, claramente, en una sola dirección.
Uno piensa, “me la puedo bancar, igual podré hacer harto con los peques, podré
enseñar igual…”
Sin embargo, lo que venía fue lo
más duro.
Llegar a la sala de clases (Toda
la semana, diferentes cursos, diferentes niveles) y encontrarse con estudiantes
llenos de normas deformadas y con sed de competir contra cualquiera para
agradar a las familias, para tener el mejor celular, la ropa más cara, el
elemento más llamativo… la moda. Todo era una lucha superficial, todo partía de
un narcisismo apático que estaba en conflicto con lo que eran, con lo que en
momentos de la clase aparecía como leves pinceladas que rápidamente desaparecían,
apenas unos niños buscando aceptación, atención, respeto y cariño real,
concreto, no ese que muchos padres reemplazan con algunos billetes o llevándolos
de viaje un fin de semana.
Pero intenté acercarme, seguir
adelante y no dejaron, les daba lo
mismo. Traté de hablarles de empatía, no resultó. Les hablé de lo que
significaba el cambio que todos estábamos haciendo, que queríamos hacer, no
sirvió... y son un buen grupo, todos
ellos, con mucho potencial, con tantas necesidades que suplir, pero sin esperanzas,
sin otra perspectiva más que rellenar círculos en una hoja de respuesta y tener
un buen puntaje para que el papá o la mamá les compren algo nuevo. Están
(de)formados por un montón de cosas, por sus casas, sus familias, algunos “profesores”,
por el sistema que los utiliza…
Fue demasiado.
La cultura de la mediocridad, del
pensar pero sólo en lo que te conviene, de ensalzar el poder, la mala competencia
y el culto al arribismo está tan
presentes en este tipo de “negocios” que no es posible hablar de educación,
mucho menos de calidad. Es fácil adaptar todos tus métodos para cumplir con
mediciones y estándares, pero ¿quién se beneficia de todo ello? ¿Qué clase de
personas se está formando en dichos establecimientos? ¿Cómo es posible que,
después de tanto tiempo, se siga privilegiando intereses económicos por sobre
el destino de los niños y jóvenes que asisten a estos lugares? ¿Cómo es posible
que los mismos padres no se den cuenta de ello?
No creo ser el indicado para
responder.
Finalmente entendí que no había
equivocado mis juicios con respecto a este sistema, ya que, sin generalizar,
existen muchos lugares que sólo producen daño, disfrazando su institucionalidad
bajo un velo de valores morales y excelencia que no es tal. Nunca llegué con la
idea de que todo sería malo, o buscando excusas; siempre he sido partidario de
buscar nuevas experiencias, de aprender, de experimentar cada aspecto de la
vida para poder hablar con propiedad de ello. Sin llegar a decir qué es bueno o
qué es malo en educación, sin querer ser quien dé directrices de cómo debe
funcionar todo, debo decir que mi trabajo, mi vocación no está en lugares como
ese, donde todo es mecánico y sin vida, donde unos pocos profesores de verdad
se esfuerzan por entregar las herramientas que los niños necesitan, por
entregarles perspectiva, mientras que todo el resto, mientras que las cabezas
que dirigen todo desde su Olimpo particular, se enfocan en subir sus números y
aumentar las cifras que avalen su negocio.
Lo lamento por los niños que
quedan y seguirán estando atrapados en este tipo de lugares, lo lamento por los
profesores que intentan ayudarlos aun cuando tienen todo en contra, lo lamento
por lo que será de ellos más adelante, por lo que, muy probablemente, en un
buen tiempo no cambiará.
Hoy, vuelvo donde pertenezco, al
lado de la educación pública, de la que merece calidad, inversión, la que
merece respeto, la que todos merecen realmente.